03. Un nuevo Verbo (Luisin y Mati)

Como solía suceder por ciertas épocas, el Ribereño era una parada obligada a la hora de comer los domingos a la noche. Nadie pensaba en ponerse a cocinar y dada la buena onda del lugar y la comida rica y barata nos hicimos habitues del lugar.
Uno de los tanto domingos en Chile 193, Mati no tuvo mejor idea (bah, no fue una idea, fue un accidente) que tirar un vaso de Coca y armar una especie de gran charco en la mesa. Justo en el momento en que el vaso se cae, nuestro querido Lui, en el apurón, “pidiendo” que levanten el vaso para que dejara de crecer la pequeña laguna que se había empezado a formar exclama: “¡Le-ván-tá-lo!” (Algo así como la suma de levántalo y levantalo).
Leyéndola puede carecer de gracia, pero el momento fue único e irreproducible y el particular “grito de guerra” seguirá sonando cada vez que haya que reírse un poco.

Amarillo, amarillo,…
Corren los mismos años, pero esta vez nos movemos de lugar.
El domingo familiero terminaba, como ya dijimos, en el Ribereño. Pero durante el día lo más normal era salir a pasear, ir al Náutico o quedarnos en Centenario 2031, 8ºB haciendo pachorra.
Esto último podía consistir de varias cosas y una que se repetía con frecuencia era jugar al tuti fruti. Vaya a saberse porqué, esa tarde Clari no estaba, o estaba pero no jugando. Salió la letra A. A los pocos minutos Lui o Luichi (alguno de los dos) dice el victorioso “¡Tuti Fruti!” y la ronda se termina. Llegado el momento de los “colores” la secuencia Lui-Luichi-Mati se desarrolla así: “Amarillo”-“Amarillo”-“¡Que boludo!”.
La carga de frustración, gracia y un profundo sentimiento de “que boludo que soy” (también estaba el Azul) se hizo tan presente que nos quedamos riéndonos varios minutos y, como sucede con el verbo inventado por el hoy agasajado, es rememorada por los que la vivimos, cada vez que el (antes) más pequeño hace algo tan boludo como no poder escribir un color que empiece con la letra A.



Síndrome de fin de recorrido.
En alguno de los dos Gol o en el Clio, salir de viaje era siempre una aventura. Firmat varias veces, Las Leñas o Junín de los Andes, sin importar el destino, siempre pasaba lo mismo. El famoso “¡Canto adelante!” hacía que por casualidad o azar, llegando a destino (tanto a la ida como a la vuelta), quedábamos en el asiento de atrás los dos hijos varones (hasta entonces). Y nos agarraba lo que hoy podríamos denominar “Síndrome de fin de recorrido”: nos poníamos molestos/tarados a más no poder (la anécdota de Loby lo explica a la perfección o por lo menos da un indicio genético de esto). Nos pegábamos, gritábamos, movíamos y reíamos. En palabras de Lui, rompíamos la paciencia (por no decir otra palabra con p y en plural). Desde adelante llegaban un par de retos y los “pibes del fondo”, contra nuestra voluntad y haciendo un esfuerzo enorme, nos controlábamos y aguantábamos a llegar.
Viajes muy divertidos todos que, gracias a estos dos tarados y los inolvidables casettes con enganches aún vigentes, tienen un sabor especial.

Luichi y Mati

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