02. Palabras Mayores (Clari)

No soy madre aún, pero intuyo que debe haber pocas cosas más satisfactorias que ver a los hijos de uno crecer y aprender cosas nuevas. Ahora, cuán en contra se nos podrá poner esa satisfacción cuando el aprendizaje de un hijo nos somete a situaciones inesperadas, sorprendentes, y, desafortunadamente... incómodas.
Era enero de 1990. Luichi tenía dos años, Mati estaba en camino, y yo estaba cerca de cumplir los cinco. ¡Maravillosa edad! Edad que nos sorprende casi todos los días con algún nuevo conocimiento, habilidad, y, sobre todo, una insaciable curiosidad.
Particularmente recuerdo que durante ese verano yo había empezado a leer. Palabras cortas, simples, y por supuesto, en letra mayúscula. Probablemente, mi excesiva desenvoltura y mi ensordecedora verborragia me llevaron a desafiar la paciencia de mis padres, leyendo en voz alta casi cualquier palabra que pusieran frente a mí. Puedo imaginarlos emitiendo durante esos meses un desganado, repetido y casi mecánico “Que bueno Clari, qué bien que lees!”.
La cuestión es que ese verano nos fuimos en auto al sur. ¡Qué coraje! ¡Qué valor! Manejar con hijos de dos y cuatro años, 1600 kilómetros hasta Junín de los Andes para visitar a la hermana de papá, y luego nada más y nada menos que el sinuoso cruce cordillerano al país de las guatas y pololos para disfrutar unos días de playa en Reñaca. Y todo eso al son de una constante y repetitiva banda de sonido titulada “¿Cuánto falta para llegar?” (Music & Lyrics by Clarita y Luisin Firmat).
En fin. Nos encontrábamos en la aduana “shilena”, realizando los trámites y controles necesarios para ingresar al país, cuando un aduanero le facilitó a mi papá un volante con la lista detallada de todos los productos que no podían atravesar la frontera. Enseguida puse mis manos y mis ojos sobre el papel y comencé a practicar mis nuevas habilidades. Leí para mis adentros un rato y de repente me detuve en una palabra que nunca había leído ni oído. Fue muy fácil leerla, pero al no saber de qué se trataba, así como quien dice “qué lindo día”, yo pregunté sin vacilar: “Papá, ¿qué es el semen?!”.
El shock del momento ha causado una especie de amnesia que nos impide a todos los testigos, recordar exactamente cuál fue la respuesta. Supongo que la contestación habrá sido lenta, tartamudeada, compleja, incoherente, y sobre todo, seguida de muchas preguntas más. Pero estoy segura de que en ese instante mi papá hubiera preferido escuchar cien veces “¿cuanto falta para llegar?”, antes de tener que someterse al cuento de la semillita frente a su hija de cuatro años.

Clari

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